Isabela
En nuestros días, tres grandes religiones comparten la idea de la reencarnación. Los Budistas, los Taoístas y los Hinduistas predican que el alma es inmortal, pura e incorruptible. Sin embargo, el viaje que realiza cada alma por el mundo es el vehículo por el cual se llega a la Iluminación.
Existen varias discusiones al respecto, para los Budistas el alma cada vez se va perfeccionando, y la idea de la reencarnación es un accenso en la escalera espiritual. En cambio para los Hinduistas la reencarnación es también una oportunidad de corrección, lo que quiere decir, que un alma puede reencarnar en entidades inferiores a la humana, dando la oportunidad a esa alma de ser pulida y perfeccionada.
Los hábitos que deben ser corregidos a través de la reencarnación, van desde la ira, la gula, la lujuria entre otros. Cada uno, se tiene una forma específica de reencarnación. Por citar un ejemplo: si un alma se deja llevar por el placer de la comida al grado de que su conciencia quede empañada. Aquella alma reencarnará en cerdo, vivirá la experiencia en una forma más intensa y a través de ésta podrá evolucionar. Reencarnando en una entidad diferente en la siguiente vida.
Varias religiones entre ellas los Hinduistas, creen que el cuerpo es el templo del alma. Usar y abusar del cuerpo es un atentado directo al alma. Para aquellas personas que les agrada mostrarse desnudos en público, la reencarnación apropiada es en árbol. Dándoles la oportunidad de experimentar la desnudez en cada instante de su existencia, ante la inclemencia del clima, el sol, la lluvia, los animales y los humanos.
Ella leía esto directo del libro: “La Ciencia del la Autorrealización Espiritual” del Swani Drapabhunanta. Isabela, se dirigía a su trabajo, el tren se había detenido justo cuando más prisa tenía.
II
Isabela, modelaba para una clase de dibujo con modelo desnudo en la Universidad.
Abrió la puerta del salón donde los estudiantes ya la esperaban. Corrió al baño a cambiarse, se puso la bata a toda velocidad y tomó el escenario.
Las primeras seis poses eran poses de calentamiento. Poses que tenía que sostener por sólo dos minutos.
A ella en lo particular le gustaban más las poses largas que tendría que sostener por veinticinco minutos, estas eran dos poses de pie, dos sentada y la última, su favorita, acostada en la que dormía una siesta.
Cayó la bata al suelo y empezó la sección, Cano uno de los estudiantes, amante de la música, se aseguraba de poner el ambiente para la sección. Isabela agradecía la música de Cano. Cuando Cano no asistía todos tenían que aguantar la música de Paz quien entre sus raras mezclas de Celine Dion y Barbara Straissant, ponía a todos en el ánimo de salir corriendo.
El reloj empezó a correr, Isabela dejó volar la imaginación separándose de su cuerpo inmóvil. Trataba de pensar en sus vidas pasadas, ¿a dónde habrá vivido?, ¿siendo qué?, ¿habrá tenido hijos?, ¿habría sido un animal?, ¿un gato?, ¿un león?, ¿un insecto?, ¿una madre abnegada?, ¿un soldado en la revolución?, ¿Un hombre ordinario? Su pierna comenzaba a hormiguear, bajaban las gotas de sudor por sus costados, y su inicial sonrisa se había apagado.
Las horas pasaron, Isabela construía en su cabeza sus antiguos viajes en el mundo.
La penúltima pose era una pose sentada. Descansaba sobre su costado derecho, decenas de almohadas sostenían su torso, su cadera y piernas sobre el cobertor que la aislaba del piso. Ella se sentía como la Maja de Velásquez. Su pelo suelto descendía por sus hombros tocando delicadamente uno de sus pezones.
Escuchaban “Pasión” de Peter Gabriel, suficiente para ser transportados a tiempos antiguos. Ella viajaba entre palacios, desiertos, y guerreros. Isabela era la amante del rey, la preferida. El reloj sonó trayéndola abruptamente a la realidad y a su desnudez. Se puso la bata durante el descanso, sin realmente despertar completamente.
La última pose, acostada sobre su espalda con los brazos arriba de su cabeza, sus piernas juntas, con las rodillas sutilmente flexionadas, dos almohadas elevando la parte superior de su espalda para dar la ilusión que su cuerpo estaba siendo derretido. Ella cerró los ojos.
Se sintió pesada como si hubiera pasado una eternidad, se había dormido profundamente, abrió sus ojos y lo que pudo ver fue el edificio, estaba afuera, trató de incorporarse, no se podía mover, estaba adherida al piso. Miró hacia abajo y vio las raíces de un árbol, vio su tronco liso y esbelto. Aterrorizada siguió su recorrido visual sus brazos eran dos hermosas y largas ramas, sus manos y dedos se extendían a lo alto sosteniendo ramilletes de hojas verdes. Su hermosura se había conservado durante la transformación.
III
No entendía nada, quiso gritar, pero nadie parecía oírla. Las tres de la tarde marcaba el reloj de la torre. El sol caía como plomo sobre sus ramas superiores. Exhausta de intentar moverse, rompió a llorar.
Tenía calor, desesperada, por un momento trató de pensar que tal vez era un mal sueño y que pronto despertaría. Respiró profundo, cerró los ojos y se dijo a sí misma. “Isabela despiértate”.
Abrió de nuevo los ojos, y pudo ver el edificio. Intentó mover uno de sus brazos, sin resultado. Un par de ardillas escalaron hasta una de sus ramas. Pudieron oír sus esfuerzos. Preguntaron si se encontraba bien. ¡Qué!, ¿Pueden hablar? Las ardillas se miraron una a la otra, haciendo el gesto que tal vez al árbol le faltaba un tornillo. Sin decir nada se bajaron de Isabela. Ella mientras les gritaba: ¡Esperen!, ¡no se vayan, por favor, no me dejen aquí, no así!
La pareja descansaba a su sombra, tenía que pensar en algo rápido para llamar su atención. ¡Un pájaro, eso es! Miró a su alrededor, miró a una paloma en una ventana. -¡Pss, hey palomita!, La paloma miró a Isabela. -¿Sí? -¿Puedes venir para acá?, necesito preguntarte algo. -¿Y qué me vas a dar?, - Pues no sé, ¿qué quieres? –Me dejes hacer mi nido en una de tus ramas. –Sí, lo que quieras. –No pienso pagarte renta, me oyes árbol. –No sabía que pagaban renta. –Árbol ¿estás bien? –Claro que no, por eso te necesito.
La paloma se posó en la rama. Habló en voz baja con Isabela. Levantó la cola y dejó caer un líquido blanco grisáceo sobre la frente del novio. Éste se levantó a toda velocidad maldiciendo. Isabela gritó con todas sus fuerzas…
Nada, las personas no la oían, estaban sordos. Uno que otro animal volteaba a ver a Isabela sin decir nada. Anochecía y ella se moría de miedo. Por primera vez se sintió desnuda. Se había corrido la voz que Isabela no cobraba renta y justo al anochecer sus ramas se caían de pájaros, quienes se peleaban por las ramas. Ella ensordecía con la bulla, les gritó. ¡Se callan o se van! Algunos se atrevieron a protestar, pero al final se callaron.
Pasaban las horas y no podía dormir, todos los pájaros dormían a pesar de la pesada iluminación de la Universidad.
Al amanecer los pájaros uno a uno despertaron y comenzaron a cantar. Ella no había cerrado los ojos. Tenía sed. Daría lo que fuera por un café y un cigarro. Las ardillas del día anterior, vinieron a preguntar: ¡Hey árbol, unos pájaros nos dijeron que te crees humano!
Ella no contestó, aquellas ardillas tenían ventaja sobre ella, por lo menos sabían lo que eran, podían correr y comer. Sentía hambre e ira. Soplaba el viento y le acariciaba las ramas, sus hojas se movían con las olas del viento. Por un instante se olvidó de su miseria.
Era el mes de Julio, y el verano se dibujaba en las hermosas ramas de Isabela, todas llenas de hojas, todas verdes, todas juntas, todas haciendo de Isabela uno de los árboles más hermosos de la Universidad.
Fueron pasando los días y las noches e Isabela, como buen humano que un día fue, se acostumbraba a su nuevo estado, y sin exagerar se podía decir que lo disfrutaba. Había encontrado, en la suave movilidad que le daba el viento, una nueva forma de meditar. Llevándola a pensar no sólo en lo que se siente, sino en lo que se aspira, en lo que hace uno en este mundo. Pensaba en el infinito amor que se respiraba siendo árbol, cada gota de agua era una bendición, cada animal que la tomaba como refugio o casa, era una plegaria hacia aquello que los había creado.
Isabela, tenía ya su rutina como árbol, tomaba baños de sol, sentía la brisa cepillar sus hojas y ramas, se estiraba por la tarde, y se preparaba para pasar la noche en silencio, en un estado de letargo, en el que pensaba en lo afortunada que era de ser árbol, y no una pobre humana buscando compañía.
Desde que era árbol, no había sentido soledad. Tenía a todos los insectos, los pájaros, las ardillas inclusive los gusanos, quienes había descubierto eran los más amables de todos. Venían de vez en cuando las parejitas a disfrutar de su sobra, de vez en cuando recibía un discreto abrazo de alguien conmovido por su belleza. Algo se podía decir de ella, ya no estaba sola.
Se pregunta cómo pudo vivió tanto tiempo sin ver, sin oler, sin sentir las cosas que ahora eran su vida. Se pregunta como pudo vivir tanto tiempo evitando la cercanía de los demás, no se puede responder como lo hizo.
El mes de Septiembre se acercaba y con él el cambio de estación, Isabela podía notar algunos cambios en su entorno, el sol se posaba diferente en su copa, las flores y los arbustos se cerraban, al principio pensó que le salían canas cuando pudo ver las primeras hojas decoloradas. Después una de las ardillas que se hospedaba en ella le explicó que eso le pasaba a todos los árboles de su especie, que había visto varios al final de la explanada que habían empezado como ella a cambiar de color.
Ella se río, por que nunca pensó en algún día ser rubia, sus hojas de pintaban del color del sol, y cuando se había acostumbrado a pensarse peli-amarilla, pudo notar algunas de sus hojas tornándose rojas, con las hojas rojas, le vinieron ganas de dormir, las hojas empezaron a caer, y ella a bostezar, pasaban los días, perdía sus hojas y casi podía mantener sus ojos abiertos. Sentía la deliciosa sensación de anticipación, la tan esperada oportunidad de dormir y descansar por fin.
Con sus ramas vacías y sus ojos cerrados, en pacífico sueño Isabela esperaba la primavera.
Fabiola
Septiembre 2004.